Bajé las escaleras antiguas del edificio en busca del
interruptor de la luz que parecía haberse desintegrado, pues mi mano solo
palpaba el gotelé de la pared. Conseguí llegar hasta el siguiente piso sin
partirme ningún hueso en esas malditas escaleras. La recepción estaba completamente
sola, cosa a la que no daba crédito, ya que supuestamente ofrecían un servicio
veinticuatro horas. La luna se mostraba amable conmigo esa noche y me permitía
ver el perfil de algunos objetos de la sala.
Con ese amago de luz pude rebuscar lo suficiente en la
talega que tenía por bolso para encontrar el móvil. La tarea no fue tan fácil
como la cuento, la resistencia que opuso la cremallera ya me anunciaba que esa
noche las cosas no me iban a ir mejor de lo que me solían ir a menudo. Al
introducir mi torpe mano en aquel agujero negro encontré un pintalabios
disfrazado de mechero, una cartera que hacía meses que estaba vacía, llaves,
muchas más llaves, un mechero sin gas ¡qué extraño en mí!, un paquete de tabaco
del barato y… ¡el móvil!
Doy veinte vueltas al móvil hasta encontrar el botón de
desbloqueado y cuando consigo encenderlo la luz volvió a desaparecer a los
pocos segundos de gloria, pero esta vez por causas peores: alguien me había tapado
la cabeza con una especie de saco de tela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario